Mi bisabuelo y la Segunda República Española

La madrileña Puerta de Alcalá, durante la Segunda República Española.

La madrileña Puerta de Alcalá, durante la Segunda República Española.

No cabe ninguna duda de que la Segunda República Española (1931-1936) se enmarca en uno de los períodos más convulsos y agitados de nuestra historia. Aunque bien es cierto que fue una época de grandes cambios sociales para el país, como fue la legalización del sufragio femenino o la introducción del divorcio en nuestro Código Civil, lo cierto es que no fue, ni mucho menos, el régimen próspero e igualitario que a menudo se nos hace creer. El declive de la monarquía alfonsina en los primeros años del siglo XX, y su consecuente caída en abril de 1931, significó la transición, insegura y en cierta medida descontrolada, hacia un régimen de izquierdas que no quiso o no pudo buscar la cohesión entre las masas, y que se acabó identificando con regímenes totalitarios como el de la URSS que con las verdaderas democracias europeas, como las que se podían encontrar en Francia o el Reino Unido.

Mi bisabuelo, José Martínez Pereiro, pertenecía por nacimiento a una familia de la burguesía gallega cuyos ideales oscilaban entre el moderantismo y el conservadurismo cristiano. Él mismo se había confesado carlista a comienzos de siglo, no porque se adhiriera a los principios puros del carlismo decimonónico, aquel que condenaba a Isabel II por el mero hecho de ser mujer y reina, sino porque como monárquico, le dolía ver a la monarquía alfonsina, a la que tanto defendíam «secuestrada» por el sistema de turno urdido por Cánovas del Castillo dos décadas antes, y que incluso años después de la muerte del estadista malagueño, permitiera la introducción de leyes como la Ley del Candado, que pretendía mitigar la confesionalidad del Estado consagrada por la propia Constitución de 1876.

Pero los ideales de mi bisabuelo, como los de muchos hombres, fueron mudando con el paso de los años. Mi bisabuelo era, ante todo, un hombre fervorosamente católico, que desconfiaba del cambio radical no por principios, sino porque temía que nadie pudiera controlar ese cambio, como así acabó sucediendo. También era un hombre con firmes valores, creía en la familia como base esencial de la sociedad, pero ante todo creía en la educación de los hijos (después de todo, tuvo doce).  Un día, en el año 1950, una de sus hijas le confesó su deseo de tomar los hábitos de monja; él comprendió aquella llamada que sentía la joven, que a la sazón contaba 18 años de edad, pero al no haber completado ésta sus estudios, le hizo prometer que primero estudiar, y al cabo de un año, si las cosas seguían igual, ya verían.

Mi bisabuelo también estaba a favor de la introducción del sufragio para las mujeres casadas (en un tiempo en el que el voto femenino era inexistente en España, este acercamiento puede considerarse progresista), y estoy seguro de que veía a la mujer no como un complemento para el hombre, sino como un pilar esencial de la sociedad. Es decir, mi bisabuelo acabó aceptando el cambio porque el cambio no es en sí negativo, y porque, a fin de cuentas, no queda más remedio que acatarlo, pero seguramente creyera que el fin no justifica los medios.

Quema de una iglesia en Madrid.

Quema de una iglesia en Madrid.

La República fue una época dura para un hombre como mi bisabuelo. Aunque tenía parientes muy cercanos que formaban parte de las filas izquierdistas y republicanas, José Martínez Pereiro temía por su vida -y por la de sus hijos- por el mero hecho de confesarse católicos. En 1931, recién estrenado el nuevo régimen, varias iglesias y conventos en todo el país fueron incendiados y saqueados por la turba, y ese mismo año mi bisabuelo fue testigo de la pasividad de las autoridades cuando un día las masas, ebrias de raudo anticlericalismo, quemaron la iglesia de los Capuchinos en La Coruña. Una de sus hijas, de sólo 11 años, se encontraba en clase de labor en el Colegio de las Madres Terciarias cuando fue expulsada del edificio con las monjas y otras colegialas por los guardias de asalto, que se disponían a vandalizar el lugar. Aferrada a su bastidor, la niña se dirigió corriendo a su casa sin desprenderse de su bastidor, que por entonces le había provocado heridas en las piernas por el roce de la áspera madera.

La reorganización de ciertos grupos pro-monárquicos en 1932 hizo que las autoridades vigilaran de cerca a hombres como mi bisabuelo, a quien acusaban de querer restaurar la monarquía en España. El 24 de agosto de ese año fue cesado de su cargo como Letrado Asesor del Ayuntamiento de La Coruña (decisión tomada personalmente por Santiago Casares Quiroga), aunque fue repuesto en 1935. Precisamente entre los años 1931 y 1936 trabajó como Director de El Ideal Gallego, tras haber hecho un cursillo de técnica periodística en la Escuela de Periodismo de El Debate de Madrid. Fue en marzo de 1936, habiendo sido cesado recientemente como Director del Ideal, que José Martínez Pereiro publicó una carta en dicho diario en la cual hablaba de la persecución de la que él y su familia (mi familia) eran víctimas. Reproduzco aquí dicha carta (El Ideal Gallego, 31 de marzo de 1936) tomada de otra fuente online:

«Sr. Director de EL IDEAL GALLEGO.– Ciudad.

Mi querido amigo: Te ruego muy encarecidamente la inserción de las líneas que siguen, intérpretes sin duda alguna de la angustia que desde hace días vienen pasando muchos padres y muchas madres de familia de La Coruña.

Al regresar ayer a mi casa, después de pasar varias horas trabajando intensamente en mi oficina, hallé ante la puerta un nutrido grupo de personas, la mayor parte niños de 10 a 15 años en actitud un tanto anormal. Averiguo la causa y me entero de que uno de mis hijos, de 14 años, que jugaba con otros amigos en un parque de la ciudad, había sido rodeado por diez o doce muchachitos, una buena parte de ellos presentes, con objeto de darle una paliza. Pregunto por qué y me dice una hija que evitó la agresión que a ella se le había contestado que «porque les daba la gana». Alguien me llama la atención acerca de un jovencito de uno de cuyos bolsillos asoma una piedra puntiaguda de peso no inferior a quinientos gramos; intento detener al presunto agresor y no es posible, porque rápidamente se pone fuera de mi alcance, aunque no desiste ni mucho menos de la actitud insolente y provocativa que había adoptado.

Llegado a mi domicilio y enterado al por menor de lo sucedido, llamo telefónicamente al Excmo. señor gobernador civil, quien amablemente dialogó conmigo, pero no pude lograr más resultado positivo que el de que seguiría tomando medidas para evitar incidentes. Yo no sé si el señor gobernador tiene o no hijos. Si los tuviera comprendería sin duda la horrorosa situación de una familia con cinco hijos matriculados en el Instituto y amenazados todos de muerte por el delito de confesarse y conducirse como católicos. Así llevamos muchos días, y la situación, lejos de mejorar, empeora de día en día. Ayer, por ejemplo, fueron puestas fuerzas de Asalto en las proximidades del Instituto. Mis hijos me dicen que a pesar de ello, los «pioneros» entraron en el edificio, y algunos de los alumnos que forman parte de esa organización, o sección o lo que sea, señalaban a los que no lo eran, sus compañeros clasificándolos según su criterio: «ese es fascista; ese, de los estudiantes católicos; ese, socialista, etc. ¡Y pensar que ni perseguidores ni perseguidos pasan de los 14 años!

Vista la inseguridad y la falta de garantías respecto a la integridad personal, acuerdo enviar fuera de la ciudad al más amenazado de los hijos. Espero de la comprensión de los catedráticos y profesores una generosa interpretación del principio y del fin de las vacaciones de primavera. Pero me quedan otros cuatro por los que he de temer constantemente y a los que en verdad no sé qué decir como padre. ¿Les aconsejo que resistan a la violencia? Ya puedo contar con que conocerán las incomodidades de prevenciones y calabozos de comisarías y cuartelillos cuando no de prisiones ¿Les digo que eviten, pase lo que pase, todo choque? Pues he de resignarme a tener provisión de vendas y material quirúrgico. Todos sabemos que no discurro ante hipótesis improbables sino ante realidades trágicas. Las familias que, aun como la mía, ponen cuidado exquisito en cumplir hasta el más pequeño pormenor las disposiciones vigentes, que respetan en absoluto el régimen constituido, que, sin falsa modestia, pueden considerarse modelos entre los que cumplen sus deberes ciudadanos, jurídicos, morales y cívicos, pero que creen que todo ello es perfectamente compatible con la profesión de una fe sincerísimamente practicada no pueden ser mantenidas sin protección contra las amenazas de grupos inciviles que no sólo son intolerantes con quienes en la calle ostentan emblemas no coincidentes con su ideología, sino que van a buscar a donde los encuentren a quienes presumen enemigos o adversarios suyos.

Ni es posible vivir con tal inseguridad, ni que a los padres se nos ponga ante el espantoso dilema de contemplar impasibles como nos matan a los hijos o estar constantemente dispuestos a matar en defensa de ellos. Sin duda, todos los que fundamentalmente piensan como yo, se unen con fervor al apremiante llamamiento que hago a la autoridad para que el orden y el respeto mutuo sean mantenidos en la calle y en los centros de enseñanza. Que no se nos hable de medidas. Que se nos ofrezcan realidades.

Con gracias anticipadas, querido director, te saluda y estrecha la mano tu atribulado amigo,

JOSÉ MARTÍNEZ PEREIRO

 

Mi bisabuelo, al igual que el resto de la familia, logró sobrevivir los ataques perpetrados contra él durante la República. Su hijo mayor, al haber fallecido en accidente automovilístico un año antes, no tuvo que tomar parte activa en la guerra fratricida que fue la Guerra Civil Española, pero el segundogénito sí que marchó al frente del Bando Nacional, y sobrevivió; afortunadamente sus otros hijos eran demasiado jóvenes para tomar parte activa en la Guerra, aunque uno de ellos, unos años después, se uniría a las filas de la División Azul y fue herido en Rusia.

Esta entrada fue publicada en Biografía, Genealogía, Guerra, La Coruña, Madrid. Guarda el enlace permanente.

Una respuesta a Mi bisabuelo y la Segunda República Española

  1. Johannes dijo:

    Me gustaría poder encontrar como tú textos escritos directamente por un miembro de mi familia en un momento histórico tan importante para España como lo fue la década de los años 30.
    ¿Has podido encontrar más textos de tu bisabuelo publicados en «El ideal gallego»?

    Me gusta

Deja un comentario