La trágica muerte de Cándido Roig Roura

Hace pocos días, con motivo del 86 aniversario del suceso, La Voz de Galicia recogía en sus páginas una historia que conmocionó tanto a la sociedad gallega que aun hay quienes hoy en día todavía recuerdan haber oído en casa detalles sobre la trágica muerte de Cándido Roig Roura.

Corría el verano de 1934, y en los ayuntamientos y demás edificios oficiales del país ondeaban las banderas tricolores de la Segunda República. España vivía un momento de suma tensión; el desorden político y social eran recurrentes en la mayor parte de las poblaciones, aunque nadie se habría atrevido entonces a afirmar con seguridad que en sólo dos años estallaría la más sanguinaria de cuantas guerras civiles han asolado a nuestro país. Mientras que en la vecina Asturias se fraguaba una insurrección obrera que culminaría con la llamada «Revolución de Octubre», en Galicia, políticamente conservadora por naturaleza, el grueso de la población se resignaba a los dictámenes que el nuevo régimen había traído consigo mientras buscaba la alegría y distracción de fiestas y romerías que siempre han marcado el calendario estival gallego. Entre quienes buscaban distracción y entretenimiento estaba mi lejano pariente, Cándido Roig Roura.

A pesar de sus apellidos catalanes, Cándido Roig Roura había nacido hacía 38 años en Portosín, en el municipio coruñés de Puerto del Son; la suya era una familia enorme, pues tenía trece hermanos. Tanto su padre, José Roig Portals, como su abuelo materno, Pablo Roura Vivas, habían sido registradores de la propiedad, por lo que pertenecían a la clase media burguesa de la zona. Ambas familias procedían de Cataluña (los Roig de Martorell, y los Roura de Sant Pol de Mar), si bien habían arribado a las costas gallegas durante la primera mitad del siglo XIX, coincidiendo con la expansión de la industria de la salazón del pescado de la que los fomentadores catalanes fueron indiscutibles protagonistas en Galicia.

Pronto, familias como los Villoch, los Ferrer, los Romaní o los Soler comenzaron a hacerse un sitio entre la buena sociedad gallega, entroncando ocasionalmente con familias acomodadas (médicos, notarios, abogados…); sin embargo, en cuestiones de matrimonio, no cabe duda que estos catalanes de segunda e incluso de tercera generación prefirieron buscar a sus futuros cónyuges entre miembros de su propio clan. Ello explica la sorprendente endogamia que se daría durante las siguientes tres o cuatro generaciones, siendo los matrimonios entre primos segundos, e incluso entre primos carnales, sumamente frecuentes. Prueba de ello es el matrimonio del propio Cándido, que se acabaría casando con su prima María Roura Martínez unos años antes de su trágica muerte. La pareja tendría cinco hijos y se instalaría en Noya, donde Cándido se dedicaría, como muchos de sus parientes, a la salazón del pescado.

Juan Belmonte

Aquel día de agosto de 1934 Cándido se encontraba en La Coruña para asistir a una corrida de Toros en la ya desaparecida plaza de la ciudad herculina. Aquel día toreaba Juan Belmonte, conocidísimo torero sevillano que revolucionaría el arte del toreo español, por lo que la expectación en la plaza debió de ser inmensa. El rotativo El Pueblo Gallego así nos relata lo sucedido:

Se celebró hoy la anunciada corrida de toros. La plaza estaba abarrotada de público, agotándose las localidades. Acudió mucha gente de toda Galicia y numerosos ingleses que realizan un viaje de turismo a bordo del «Lancastria». En el primer toro Belmonte, al empezar a lancear, es cogido sin consecuencias por haberle ido a acudir al quite los compañeros. La cogida se produjo cuando Belmonte hacía un quite a un picador. Mejías y Ortega bien en los quites. Belmonte, valiente también y muy arrimado. Recibe el toro cuatro varas. El toro es regular, un poco quedado, como todos los demás. Belmonte muletea valiente, pero sin adornarse mucho. Da un pinchazo en hueso, después media estocada que escupió el toro y luego intenta descabellar, perdiendo la muleta. Da dos intentos de descabello más y hay pitos. A continuación da otros cuatro más sin consecuencias y se arma un gran griterío. Sigue intentando descabellar sin conseguirlo y hay una bronca enorme y pitos. Después el estoque salta al tendido número 1 de sombra, hiriendo a un espectador, el cual se cae herido y unos guardias de Asalto lo recogen y lleva a la enfermería. Después Belmonte da estocadas ladeadas y otro pinchazo, siguiendo la bronca, enorme. Intenta de nuevo descabellar y recibe un golpe del bicho…

El estoque de Belmonte había ido a parar en el asiento ocupado por Cándido Roig Roura, con la mala suerte de clavársele en pleno pecho. El espectador, sin duda sorprendido por tan repentino e inesperado incidente, sólo tuvo tiempo de retirarse el estoque, hiriendo en el proceso a otro espectador que también presenciaba el espectáculo. Tal y como recoge la prensa de la época, Cándido es llevado de urgencia a la enfermería, pero al llegar es evidente que es ya un cadáver.

Inicialmente lo ocurrido no produce mayor impresión entre el público, que prosiguió con el espectáculo creyendo el suceso un mero incidente. El Pueblo Gallego finaliza su artículo anotando que «La corrida, en resumen, fue mala y el mejor Ortega, sin que hubiera hecho gran cosa.» Pero pronto la noticia se hizo eco entre el público que asistía a la corrida de toros y el gentío que aguardaba fuera de la plaza de toros. Las circunstancias en las que había muerto el industrial noyés pronto ocupan las páginas de los diarios locales y regionales, y su familia es notificada de inmediato, siendo su tío, el notario Franco Roura González, el que recibe en nombre de su familia los testimonios de aprecio y afecto de cuantos le quieren dar el pésame.

El funesto evento lleva a que se celebre el entierro del malogrado Cándido en su localidad natal de Portosín el día 10 de ese mismo mes, siendo la concurrencia enorme (más de un millar de asistentes, según la prensa de la época). Le sobrevivieron su viuda e hijos, el mayor de los cuales no pasa de los doce años. Enterado del fortuito accidente, Belmonte quiso dar apoyo a la familia del finado, y el 19 de agosto se celebra en La Coruña una segunda corrida explícitamente a beneficio de María Roura y su prole. En dicha corrida participaron Rafael Gómez «El Gallo», Antonio Posada, Fernando Domínguez, Florentino Ballesteros y Lorenzo Garza.

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